Desde hace mucho tiempo, ya nuestros antepasados se
sintieron atraídos por los misterios del universo. Miraban hacia arriba y se
preguntaban que qué eran esos puntitos blancos que parpadean en el cielo. Qué
era la Luna y el Sol, las estrellas fugaces, o los cometas. Intentaban darle un
sentido aunque no conocieran la verdad para satisfacer un poco esa necesidad de saber, mediante mitos, leyendas,
dioses... En esa época era impensable ni siquiera empezar a imaginar lo que
conocemos hoy en día sobre el universo.
Hemos pasado de pensar que vivimos en una superficie plana a
saber que vivimos en una esfera que da vueltas sobre sí misma.
Creíamos que éramos el centro del Sistema Solar, con el Sol,
la Luna y los planetas girando a nuestro alrededor, pero después descubrimos
que en realidad esto no es así, sino que el Sol es el cuerpo celeste alrededor
del cual giran el resto de planetas y nosotros solo somos uno de tantos.
Después averiguamos que en realidad nuestro Sistema
Solar está formando parte de algo enorme llamado galaxia, donde hay millones de
estrellas con millones de planetas, incluso planetas errantes. Y por si fuera
poco -que no- tampoco somos el centro de la galaxia.
Y cuando el ser humano ya no se podía sentir más minúsculo
descubrimos algo realmente impactante: resulta que nuestra galaxia tampoco es la única galaxia existente,
sino que hay miles de millones de galaxias esparcidas por el universo que se
alejan unas de otras a una velocidad impensable.
Aquí es donde nos empezamos a preguntar si realmente el
universo tiene fin, y si es así, ¿cuánto mide? ¿Acaso es posible averiguarlo?